El chico, pensando que se trataba de la víctima de un accidente de tráfico, detuvo el vehículo para auxiliarla. La mujer, en silencio, subió al vehículo. A pesar de que el conductor intentaba darle conversación, la chica permanecía callada. Quieta. Inmóvil. «Cuidado con la curva», dijo después de un rato. No obstante, la carretera no parecía tener ningún viraje. De pronto, una curva muy cerrada se hizo visible entre la niebla y obligó al chico a dar un volantazo. El coche quedó atravesado en mitad de la carretera y el chico, asustado, miró el asiento de atrás y preguntó: «¿Estás bien?». Pero allí, en la parte trasera, no había nadie. La chica, simplemente, no estaba.
domingo, 1 de octubre de 2017
LA CHICA DE LA CURVA
Era una oscura noche de invierno en la que la niebla impedía ver correctamente el trazado de la carretera. Un hombre conducía de vuelta a casa intentando vencer el sueño tras un largo día de trabajo, cuando vio a una misteriosa chica parada junto a la carretera. Estática. Vestida con un vaporoso camisón blanco.
El chico, pensando que se trataba de la víctima de un accidente de tráfico, detuvo el vehículo para auxiliarla. La mujer, en silencio, subió al vehículo. A pesar de que el conductor intentaba darle conversación, la chica permanecía callada. Quieta. Inmóvil. «Cuidado con la curva», dijo después de un rato. No obstante, la carretera no parecía tener ningún viraje. De pronto, una curva muy cerrada se hizo visible entre la niebla y obligó al chico a dar un volantazo. El coche quedó atravesado en mitad de la carretera y el chico, asustado, miró el asiento de atrás y preguntó: «¿Estás bien?». Pero allí, en la parte trasera, no había nadie. La chica, simplemente, no estaba.
El chico, pensando que se trataba de la víctima de un accidente de tráfico, detuvo el vehículo para auxiliarla. La mujer, en silencio, subió al vehículo. A pesar de que el conductor intentaba darle conversación, la chica permanecía callada. Quieta. Inmóvil. «Cuidado con la curva», dijo después de un rato. No obstante, la carretera no parecía tener ningún viraje. De pronto, una curva muy cerrada se hizo visible entre la niebla y obligó al chico a dar un volantazo. El coche quedó atravesado en mitad de la carretera y el chico, asustado, miró el asiento de atrás y preguntó: «¿Estás bien?». Pero allí, en la parte trasera, no había nadie. La chica, simplemente, no estaba.
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